Terremoto de Lima en 1746
Un día como hoy, 28 de octubre de 1746, a
las 10:30 pm, la placa tectónica de Nasca se sacudió violentamente a
unos 160 kilómetros de la costa peruana. La tierra se estremeció de
abajo hacia arriba y provocó un terremoto en Lima y el Callao. Murallas, techos, fachadas, torres de iglesias, balcones cayeron en pocos segundos. Es considerado el mayor terremoto ocurrido en Lima hasta la fecha, y el segundo en la historia del Perú, después del Terremoto de Arica de 1868.
La duración del movimiento telúrico, según las relaciones del tiempo, fue de tres a cuatro minutos,
tiempo más que suficiente para una destrucción total de la ciudad. Lima
tenía 60,000 habitantes y contaba con 3,000 casas, repartidas en 150
manzanas. Cayeron templos, conventos, mansiones. Las víctimas mortales oscilaban entre 15,000 a 20,000 fallecidos.
La gente se refugió en huertas y descampados, pero muchos quedaron
aplastados debajo de pesados adobes. Lima, la capital del virreinato más
importante de América del Sur, la ciudad que había llegado a su punto
de perfección, ya no existía.
En medio de tan grande confusión y sucediéndose las subsiguientes
réplicas, aunque ya no con tanta violencia, no se hizo posible acudir al
auxilio de los heridos y de los que gemían sepultados bajo las ruinas.
Algunos fueron extraídos de entre los escombros después de haber pasado
uno y aun dos días sepultados. Pocos pudieron conservar en aquellos
instantes la serenidad de ánimo para acudir al socorro de los demás.
Callao desapareció
La noche fue verdaderamente angustiante, aun sin saberse todavía en
Lima la desgracia del vecino puerto del Callao, que fue arrasado por un
maremoto.
A las 11:00 pm, un espeluznante ruido vino del mar. El agua retrocedió y en contados minutos una gran ola golpeó el Callao.
Avanzó con tal violencia que, después de destruir las murallas del
puerto, ingresó cinco kilómetros tierra adentro. Las naves de guerra
Fermín y San Antonio terminaron destrozadas, el barco Michelot fue
lanzado contra un hospital, que quedó totalmente destruido; y el Socorro
acabó detrás de la aldea pesquera de Pitipiti.
De los cinco mil habitantes que tenía el Callao, sobrevivieron menos
de doscientos. En Lima los muertos fueron más de dos mil y los efectos
de la catástrofe se sintieron desde Ecuador hasta Chile.
Día 29 de octubre de 1746, el sol había salido sobre la ciudad y, tal
como lo cuenta en su Relación el virrey Manso de Velasco, Lima era “un
lugar de espanto, a la manera que suelen verse en una guerra los lugares
cuando entra el enemigo a sangre y fuego, y convierte en montones de
tierra y piedras los más hermosos edificios”. El cronista José del Llano
Zapata, quien mejor retrató la tragedia, predijo ante tal panorama que Lima no podría ser reconstruida en dos siglos y ni con doscientos millones de pesos.
Varias semanas después el mar seguía varando cuerpos en la orilla. En
Lima no había alimentos, pues los almacenes de la costa habían sido
devastados. El virrey Manso de Velasco, temeroso del desorden de la
plebe, ordenó disparar y ahorcar a los saqueadores.
Lima tardó años en levantarse de entre sus escombros, y quien más
ayudó en la reconstrucción fue el virrey Manso, a quien le fue concedido
el título nobiliario de conde de Superunda, que significa "sobre las
olas". Él había logrado vencer a esa gigantesca ola que había arrasado la Ciudad de los Reyes una noche de 1746.
Colonia en ruinas
La mayoría de datos de esta crónica pertenecen al libro Colonialismo
en ruinas: el terremoto y tsunami de 1746 en Lima y sus consecuencias
(en proceso de traducción), del historiador norteamericano Charles
Walker, según sus cálculos el terremoto de 1746 alcanzó una magnitud de
entre 8,0 y 8,6 en la escala de Richter.
Según testimonios de la época, la catástrofe que se avecinaba fue
perceptible en varias oportunidades, pues los marinos 23 días antes del
terremoto notaban exhalaciones ígneas que parecían envolver al Callao.
Manuel Romero, entonces alcaide de la cárcel de la Isla San Lorenzo,
contaba que se veía como si el puerto se deshiciera en pavesa y se
sentían ruidos bajo tierra, como el mugido de centenares de bueyes unas
veces y otras como disparos de artillería.
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